topbella

martes, 30 de septiembre de 2008

Camas paralelas..



Adela prendió la radio y se dejó balancear por el ritmo mientras se atareaba en la cocina, tan grande, tan blanca, con una esponja plástica, o que parecía plástica, de un color verde brillante. Limpiaba las cubiertas del aparador de cocina, el refrigerador, la tapa de la máquina de lavar platos, los estantes, allá arriba, hechos para gente alta, que sus manos no podían alcanzar. No iba a traer esta vez el puff del living para pararse encima y limpiar, equilibrándose, la grasilla que se acumula al cocinar, inevitable pese a los ventiladores y extractores de aire, los hornos microondas y quizás algunos otros artefactos, no fuera que se fuera a caer de nuevo como esa otra vez doblándose el tobillo y teniendo que quedarse en cama varios días en su departamento sin poder venir a trabajar y leyendo y releyendo las cartas, poniendo una y otra vez los mismos casetes en el tocacasetes de segunda mano, escuchando a partir de las seis las interminables chácharas de la María Eugenia, que fumaba contándole sus aventuras en su trabajo en el supermercado, sobre los jóvenes rubios que trabajaban a media jornada y que algunas veces ni la veían y otras le agarraban el trasero o le rozaban las tetas pero como jugando, y no pasaba nada después, hasta que otro se ponía juguetón, pero ella sabía y había oído los jadeos que venían de la bodega y había visto a las niñas gringas, después de la hora del lunch aparecer con el pelo desordenado y rojas, asorochadas, y no podía evitar, a pesar de que fumaba y decía que no tenía olfato (Adela detestaba el humo), el sentir un, suave olorcillo que conocía tan bien y contaba eso, en calzones en la cama del lado, conversando con Adela y acariciándose la punta de los pechos, casi negra, con la yema de los dedos largos, ahora con las uñas romas porque en los primeros días se había quebrado un par manipulando mercadería y se las había tenido que cortar todas, y después los dedos iban a acariciar y presionar en forma inconsciente el bulto entre las piernas y esa misma noche, le diría fumando a Adela que no era justo, que ella era una mujer todavía joven, nunca le había dicho la edad y esa juventud podía estar en cualquier parte entre los veinticinco y los treinta, había estado casada, como ella, y lo había hecho por lo menos una vez al día y ahora se había pasado más de seis meses en banda, y no era justo estar rodeada por todos esos chiquillos rubios, siempre le habían gustado los rucios, desde chiquitita, los opuestos se atraen, eso lo sabe todo el mundo y ella era tan morena, casi negra.



"Negra", le decían en la escuela, "Negrita rica" los amigos y su marido. Y cuando la luz se apagaba María Eugenia decía buenas noches y a veces rezaba y a veces no y parecía que se dormía al tiro, pero Adela se quedaba pensando y recordando, no le era fácil dormirse, y al cabo podía sentir que la cama del lado crujía y María Eugenia seguramente lo estaría haciendo, algunas veces dos o tres veces en la noche, se lo estaría haciendo con el dedo, y ahogando los momentos culminantes en la almohada y quizás estaría pensando en los cabros rucios del supermercado, en cómo lo hacían con las niñas, y a lo mejor eso estaría pensando la María Eugenia mientras el catre crujía, que eran más o menos las cosas que le decía fumando y entre tos y tos a la Adela, que se aburría a veces pero no decía nada, que no era justo para una mujer joven y una ex casada de por allá, no de por aquí, ya que había leído en un National Enquirer en el lunch en el supermercado que en Norteamérica las parejas de como 35 años lo hacen como promedio un par de veces por semana, sería por eso que las gringas preferían irse con los árabes, los latinos y a veces hasta con los negros.



O a lo mejor la María Eugenia pensaba en su marido, que decía que se iba a venir pero era difícil porque le había mostrado las cartas los primeros meses y Adela se daba cuenta que el otro estaba frío, había perdido el interés, le contaba cosas como por contarle y le decía que estaba juntando plata, que tenía que ir a la embajada para una entrevista la semana que viene, pero ella no le había dicho nada a la otra, para qué, sola se iba a dar cuenta, y luego el hombre le había escrito que no tenía plata, que no había podido vender la casa además de que su hermana casada la estaba ocupando y él no podía ponerlos a todos de patitas en la calle con lo difícil que estaba la situación, y que ella tenía que pedirlo, qué era eso pedirlo, se preguntaba Adela, pero no quería pasar por ignorante. Si quería que se viniera le iba a tener que juntar la plata para el pasaje. Y María Eugenia había llorado una vez, con un sonido agudo, como una rata o una niña chica y le había dicho que el tipo lo que quería era que le mandara la plata y que quizás que lo que iba a hacer con ella, quizás con quién se había metido ya que ella lo conocía y él no era capaz de pasarse un par de días sin pegarse una cacha, y que ella podía muy bien pedir un préstamo en el banco ya que estaba trabajando jornada completa pero que no pensaba hacerlo. Cuando el oficial de inmigración, el que sabía hun poucou d'spañol, la llamó una vez por teléfono, la María Eugenia le había dicho que estaba casada, pero que en realidad más o menos casada, y la Adela estaba escuchando, y el fulano era el mismo con que había hablado para poder traer al marido, pero luego de juntarse algunas veces con él ya no habló del asunto por un tiempo y andaba cantando sola y se quedaba fumando, mirando para arriba y moviendo las piernas cruzadas, nunca podía estarse quieta y era tan habladora, y después había estado callada unos días y habían pasado ya sus buenos meses.



En cuanto a Adela, también era joven y más que la otra, y no se crea que no tenía sus necesidades también, ella sólo había conocido a un hombre, su marido, con el que se había casado en la iglesia y los padres de él y los padres de ella habían sabido desde que eran chicos que se iban a terminar casando. Pero ella no podía ponerse a pensar en él en la noche, como la María Eugenia, porque siempre que pensaba en él se lo imaginaba en quién sabe qué situaciones, amarrado a un somier, y el somier con un enchufe o algo así y alguien que conectaba el enchufe, o que estaba arrodillado y alguien venía por detrás y lo hacía levantar la cabeza agarrándolo por el pelo, y le decía "sácate los anteojos", como en la película El Salvador, que la había visto porque un latino que limpiaba las oficinas en el primer piso del edificio le había ofrecido una entrada y ella no había tenido corazón para decirle que no, "sácate los anteojos", porque Miguel también era así, como el estudiante que aparece en la película, a ése que bajan del camión y después le dan un balazo en la cabeza. Y a Adela se le quitaban las ganas de seguirse acordando y a veces lloraba y no podía quedarse dormida hasta mucho, mucho más tarde.

lunes, 11 de agosto de 2008

Ejecución de Harry

y yo di con la cabeza mi asentimiento. Un patio desmantelado entre cuatro paredes, con ventanas pequeñas de rejas; una guillotina automática bien cuidada; una docena de caballeros en trajes talares y de levita, y en medio, yo, tiritando en un ambiente gris de madrugada, con el corazón oprimido por un miedo que daba compasión, pero dispuesto y conforme. A una voz de mando avancé; a una voz de mando me puse de rodillas. El juez se quitó el birrete y carraspeó; también los otros señores carraspearon. Aquél desenrolló un papel solemne y leyó:

-Señores, ante ustedes está Harry Haller, acusado y responsable del abuso temerario de nuestro teatro mágico. Haller no sólo ha ofendido el arte sublime, al confundir nuestra hermosa galería de imágenes con la llamada realidad, y apuñalar a una muchacha fantástica con un fantástico puñal; ha tenido, además, intención de servirse de nuestro teatro, sin la menor pizca de humorismo, como de una máquina de suicidio.

Nosotros, por ello, condenamos a Haller al castigo de vida eterna y a la pérdida por doce horas del permiso de entrada en nuestro teatro. Tampoco puede remitírsele al acusado la pena de ser objeto por una vez de nuestra risa. Señores, atención: A la una, a las dos, ¡a las tres!

Y a las tres prorrumpieron todos los presentes con impecable precisión, en una carcajada sonora y a coro, una carcajada del otro mundo, terrible y apenas soportable para los hombres.

Cuando volví en mí, estaba Mozart sentado a mi lado como antes; me dio un golpe en el hombro y dijo:

-Ya ha escuchado usted su sentencia. No tendrá más remedio que acostumbrarse a seguir oyendo la música de radio de la vida. Le sentará bien. Tiene usted poquísimo talento, querido y estúpido amigo; pero así, poco a poco, habrá ido comprendiendo ya lo que se exige de usted. Ha de hacerse cargo del humorismo de la vida, del humor patibulario de esta vida. Claro que usted está dispuesto en este mundo a todo menos a lo que se le exige. Está dispuesto a asesinar muchachas, está dispuesto a dejarse ejecutar solemnemente. Estaría dispuesto también con seguridad a martirizarse y a flagelarse durante cien anos. ¿O no?

-¡Oh, sí con toda mi alma! -exclamé en mi estado miserable.

-¡Naturalmente! Para todo espectáculo necio y falto de humor se puede contar con usted, señor de altos vuelos, para todo lo patético y sin gracia. Sí; pero a mí eso no me gusta; por toda su romántica penitencia no le doy a usted ni cinco céntimos. Usted quiere ser ajusticiado, quiere que le corten la cabeza, sanguinario. Por este ideal idiota sería usted capaz de cometer diez asesinatos. Usted quiere morir, cobarde; pero no vivir. Al diablo, si precisamente lo que tiene usted que hacer es vivir. Merecería usted ser condenado a la pena más grave de todas.

-¡Oh! ¿Y qué pena sería esa?

-Podríamos, por ejemplo, hacer revivir a la muchacha y casar a usted con ella.

-No; a eso no estaría dispuesto. Habría una desgracia.

-Como si no fuese ya bastante desgracia todo lo que ha hecho usted. Pero con lo patético y con los asesinatos hay que acabar ya. Sea usted razonable por una vez. Usted ha de acostumbrarse a la vida y ha de aprender a reír. Ha de escuchar la maldita música de la radio de este mundo y venerar el espíritu que lleva dentro y reírse de ¡a demás murga. Listo, otra cosa no se le exige.

En voz baja, y como entre dientes, pregunté:

-¿Y si yo me opusiera? ¿Y si yo le negara a usted, señor Mozart, el derecho de disponer del lobo estepario y de intervenir en su destino?

-Entonces -dijo apaciblemente Mozart- te propondría que fumaras aún uno de mis preciosos cigarrillos.

Y al decir esto y sacar del bolsillo del chaleco por arte de magia un cigarrillo y ofrecérmelo, de pronto ya no era Mozart, sino que miraba expresivo, con sus oscuros ojos exóticos, y era mi amigo Pablo, y se parecía como un hermano gemelo al hombre que me había enseñado el juego de ajedrez con las figuritas.

-¡Pablo! -grité dando un salto-. Pablo, ¿dónde estamos?

-Estamos -sonrió- en mi teatro mágico, y si por caso quieres aprender el tango, o llegar a general, o tener una conversación con Alejandro Magno, todo esto está la vez próxima a tu disposición. Pero he de confesarte, Harry, que me has decepcionado un poco. Te has olvidado malamente, has quebrado el humor de mí pequeño teatro y has cometido una felonía; has andado pinchando con puñales y has ensuciado nuestro bonito mundo alegórico con manchas de realidad. Esto no ha estado bien en ti. Es de esperar que lo hayas hecho al menos por celos, cuando nos viste tendidos a Armanda y a mí. A esta figura, desgraciadamente, no has sabido manejarla; creí que habías aprendido mejor el juego. En fin, podrá corregirse.

Cogió a Armanda, la cual, entre sus dedos, se achicó al punto hasta convertirse en una figurita del juego, y la guardó en aquel mismo bolsillo del chaleco del que había sacado antes el cigarrillo.

Aroma agradable exhalaba el humo dulce y denso; me sentí aligerado y dispuesto a dormir un año entero.

Oh, lo comprendí todo; comprendí a Pablo, comprendí a Mozart, oí en alguna parte detrás de mí su risa terrible; sabía que estaban en mi bolsillo todas las cien mil figuras del juego de la vida: aniquilado, barruntaba su significación; tenía el propósito de empezar otra vez el juego, de gustar sus tormentos otra vez, de estremecerme de nuevo y recorrer una y muchas veces más el infierno de mi interior.

Alguna vez llegaría a saber jugar mejor el juego de las figuras. Alguna vez aprendería a reír. Pablo me estaba esperando. Mozart me estaba esperando.

martes, 24 de junio de 2008

Te amo

Susurra lo silente del desvarío
Dos palabras que con desden lo pronuncia
Y sigue la senda del errante.

Tantas veces dicho y nunca descubierto,
Como quien camina sin pies
En una noche obstructiva.

Y el oprobio de los labios pecaminosos
La olvidan,
La omiten o la prosifican a los vientos.

Dejando sabor amargo entre los labios.

Y hoy me inclino hacia esas dos palabras
Como las estrellas a su noche…

Porque los guijarros del pasado
Son larvas durmientes del ofuscado hades
Que reposan en laderas de Oz.

Y tiene discernimiento entre la distancia
De un medroso encuentro
Que deja huella entre soledad y olvido.

Y tú, merecedor de los cielos y mi boca
Has venido a ser acreedor de esas dos palabras
En un instante,

Consistiendo lo lábil de un beso
En diadelfos de una mirada vacía.

Porque has derrotado en mis sentidos, tus sentidos,
En un montón de temores atlánticos,
Como el pétalo en mi frío invierno.

martes, 13 de mayo de 2008

Raruto" te djo a mi prima

viernes, 18 de abril de 2008

En Pomaire

Me salpica el barro del alfarero
E inunda de fondo el carmesí
De los sentidos.

Me sonríe con excusa de piedad
Y me coge el sentimiento de romper los niveles
Y bajar
Hasta las placas tectónicas.

Aprieto las manos con deseos mortíferos
Y me vuelve lo animal
Del ser humano.

Y me dibuja la ira lo placentero del presente
Y me insita a gritar con desprecio.

Pero la calma puede más que lo violento
De caer,
Y me traga la saliva
De decir “No se moleste”

sábado, 12 de abril de 2008

Versos moderados.-

No guarda los silencios esos momentos
Que la retina malogró.
Y no desmiente agujas oxidadas
Que de siglo…
En un suspiro se quedó.

Se desmienten y se obligan
En secretos resolver.
Pero la congoja los asfixia
Los malogra…
Y en sonoras
Frases,
Expiró.

Y sus prendas y sus manos sedientas por la hiel
Los sobrecoge,
Los mutila
Y todo empieza otra vez.

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Ellos corren aglomerados por gritar.
Nadie siente lo que sientes
Y lo que debería pasar.

Miradlos ofuscados:
Esperan poder soñar,
Y sus manos,
Y sus paladares, de manjares han de estar

¿Y quien advierte el miedo cuando su boca,
Su mirada,
Y su atma en paz esta?

¿Y quien te ayuda cuando una ayuda
De consejos no te dan?

Duele mas estar acompañado
Que en ausencia
Ayudar.


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Me vienes a destruir el cielo
Cuando nuestro infierno
En paz está..

¿Y qué existe si lo relativo
En concreto abstracto se hunde más?

Creaste la confusión de mis sentidos
En cado ciclo de inicua transición

Y te alejaste,
Y provocaste
Que mis delirios
Sorpresivos,
Desmintieran la verdad.

viernes, 4 de abril de 2008

Sin palabras

I

Sin sombras y con una,
Y sin querer
Cobijarla.

Es perfecta sin milésimas
Y vaga,
Y me rodea
Sin voz.

Con una sombra y con ninguna
Y con querer
Olvidarla.

II


Me mira y me despista.
Y es un venir,

Y tenerla no basta.

Se acerca y
Cohesiona,

Y mi soledad y ninguna
Deja huella
Y se va.

sábado, 8 de marzo de 2008

Egoísmo:

Mi pecho se contrae albergando un sentimiento de culpa,
Miro la pared que separa mi vida de la tuya
Y me doy cuenta que somos tan diferentes.

No comparto contigo sino el aire que respiro
Y dejo entrever la censura de tu boca y la mía,

Amparo mis intereses y del mismo modo mi corazón
Pero en el umbral sólo estoy yo,
Y poco a poco,
Tu figura se desvanece advirtiendo ser consecuente.

Esta condición de esclavo y mendigo me atrae,
Y mi sangre convulsiona ante la herida.

Sólo mi imaginación:

Presumo actos sublimes que están en la plazoleta,
Y me envuelvo en la brisa que el yodel dejó tras su paso.

Estiro mi mano tratando de alcanzar esa mirada vacía
Que contiene el sentido del hombre
Y me detengo.
Sólo fue mi imaginación volviendo al presente

El contenido se presume, pero su forma se oculta en esas miradas,
Se confunde con una sonrisa del viejo bufón
Y se evita como una lágrima ante el orgullo.

Presumo razones sin lógicas ante ciegas esperanzas
Y me cubro con la brisa que el yodel dejó tras su paso.

sábado, 1 de marzo de 2008

Llévate mi dolor:

Contando segundos interminables, fragmentados con gotas de olvido e impaciencia. Así pasaba el día durante los meses del frío otoño. Aumentaba la temperatura corporal sólo con los desdenes que dejaba una sonrisa de aquel jovenzuelo del barrio francés. No era agraciado y de talle superstar, pero su cálida mirada y su delicado acento burlón, parecía atraer toda la atención del vecindario, pero a mí, sólo a mí, gustaba verlo pasar y sentir el perfume que dejaba tras su paso. Nunca lo perseguí y deje entrever lo que sentía por aquel ser sublime que todas las mañanas venía hasta el balcón a lanzar piedrecillas. La primera vez que le vi, me pareció extraño: un poco voraz y silente como la noche, diferente como los mozalbetes que conocía. Lo miré por largos segundos hasta que se perdió por la muchedumbre.
Pasaron dos semanas en que no apareció por la ciudad, hasta que un día en la noche, caminando por la avenida se acercó preguntando dónde podía ubicar una buena sastrería. -“Entre tantos transeúntes me preguntó a mí. ¡Que afortunada soy! “- pensé. Sólo conocía un sastre y ese era mi abuelo Jasian. Lo acompañe hasta la tienda sin pronunciar palabra, y me alejé tímidamente para volver por la mañana a interrogar a mi “tata”. Cuando volví a casa, noté que mis padres no estaban en ella y eso me alarmó. Volví a la tienda del abuelo para preguntar si sabría algo, pero tampoco tenía idea de dónde podían estar.
Paul aún se encontraba allí tomándose medidas, y cuando vio que ya se hacía tarde, cortésmente se ofreció a llevarme a casa. Me despedí de mi querido “tata” y me fui esbozando una sonrisa que con la brisa lograba ocultar.
Mis padres ya habían regresado y Paul no quiso entrar a saludar. Me dió la mano y se despidió agradeciendo mi compañía. Besó mi mejilla y sonrió hasta que desapareció por el jardín.
Cuando recuerdo esa escena, me pregunto por qué la felicidad es tan vaga y pasajera. Cosas simples como una mirada o una sonrisa me atraían tanto de Paul. Y con el pasar del tiempo eso aún no ha cambiado. De ese encuentro en la sastrería Paul me frecuentaba todas las tardes y por la mañana cogía las piedrecillas del riachuelo para lanzarlas en mi balcón. Así construimos una linda amistad que se incrementó tanto como esa pasión inocente y aventurera que duró tantos años.
Él supo de mi crisis de nervios por sus reiterados celos que sentía por el niño del frente, que traía cada mañana el diario hasta mi casa, y de los berrinches que hacía por no acompañarme al centro comercial.
A pesar de tener tanto en común y compartir ese sentimiento juvenil, nunca mencioné nada sobre mi amor incondicional por él. El “tata” me decía que fuese cautelosa y que si él no decía nada, menos debía hacerlo yo.
Hasta que ese día donde la tristeza cubre los cielos y el tiempo se detiene, llegó.
Era un Martes tranquilo, casi igual a todos pero tan desgarrador como ninguno. Paul se dirigía a casa de sus padres, cuando un mendigo, sacó su cortaplumas y lo asesinó con seis puñaladas en su estómago, por negarse a dar el dinero que portaba. Cuando el “tata “apareció en el umbral esa tarde, corrí a abrazarlo como era de costumbre, pero su expresión parecía lejana como el horizonte. Y tras unos segundos interminables de silencio, lloró desconsoladamente.
Yo le miraba extrañada y es que nunca había visto llorar al Gran abuelo Jasian. Aquél hombre que me inculcaba desde pequeña no llorar por grande que fuese la pena. No. Algo lo acongojaba y debía saberlo.
Fueron segundos muertos los que prosiguieron y el tata sólo me miraba. Hasta que casi sin aliento, me contó la tragedia.
Palidecí y no podía pronunciar palabra alguna. Era tan irreal y verdadero a la vez lo que sucedió, que el miedo me tenía sobrecogida. Descubrí en ese momento la culpa que sentía el abuelo y lo abrasé fuertemente.

El día que iban a sepultar a Paul, no quise ir al cementerio. No era capaz de imaginar su rostro marchito en aquél nuevo hogar. Quería recordarlo feliz, esbozando esa sonrisa de niño. Sentir su perfume que dejaba impregnado tras su paso...

Pero había algo que dolía tanto como su ausencia: Lo quería y nunca se lo dije.

martes, 12 de febrero de 2008

A través de mis palabras

Todo lo que tus ojos han visto alguna vez;
Todo lo que escuchaste alguna vez
Esta impreso en mi memoria
Están dichas a través de mis palabras. ....
Todo aquello que me llevo conmigo
Es todo lo que tu has dejado atrás,

Nosotros estamos compartiendo una eternidad,
Viviendo en dos mentes
Unidas por un interminable lazo
Imposible de romper..

viernes, 8 de febrero de 2008

domingo, 27 de enero de 2008

Mi enano..

Datos personales

Yolanda Montserrat
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