Las calamidades
Los faros del auto iluminan la ruta.
¿Cómo podremos decir lo que debe ser dicho,
si cuatro amigos viajan, perdido el tiempo
en que se visitaban? Largo y viejo
es el auto: la edad de las visitaciones
se ha ido con los éxtasis. Ni la más pequeña
de las lágrimas cabe en las palabras.
Los conduce la noche, si no el sombrío
encierro de esa cápsula arrojada
en el camino, a hablar, ¿con qué propósito?
Uno por uno, aunque se dirigiesen
a los demás, siempre sería uno.
El presente, en efecto, es igual para todos,
pero lo que se pierde nunca lo es:
así el instante de sus palabras permanece
virtual y simplemente separado del resto.
1
Maldice el día en que se detuvo
¿Quién puede prever lo que va a pasar?
¿Quién, saber lo que le espera? Yo tuve
la esperanza acuática de mi destreza
en el arte de pintar. Mezclaba entonces
cada tono, finísimas láminas, efectos
de luz y sombra. Pero los años
no me dieron la medida exacta
de mi trabajo. ¿Adónde están ahora
mis potencias? ¿En qué lugar se decidió
poner un límite a mis manos? ¿Tuve
algo, alguna vez? Recuerdo, amigos,
a una chica pálida y diminuta
que hablaba muy despacio. La quise,
vivimos juntos cuatro años. Al pintar,
su cuerpo era un remolino vacilante
sobre un banco de madera. Cuando se fue,
supe que yo no sería nada, apenas
un mediocre artesano, uno de miles,
preparando un futuro ajeno. ¿Adónde
se cortó ese hilo que me sostenía
del cielo? Entonces yo flotaba y ahora
me hundo en los más oscuros pozos,
en la inmovilidad, en la repetición
más anodina. Las aguas del destino,
¿pude haberlas surcado? ¿Había un barquero?
¿Qué hice mal? ¿Qué moneda olvidé,
cegado por el velo de mi juventud? Amigos,
ustedes no pueden saberlo, pero pienso:
¿habrá aún esperanza para mí?
didascalia
Su mano izquierda sostenía el volante, llevándolo
con muy ligeros toques. La forma de su rostro
era el efecto de una causa ausente, unas gotas
que habían caído por su frente, bordeando
la nariz y la boca, una condena perpetua
cuyo origen se perdía en la ruta desierta.
Maldice el día de su nacimiento
No hubiera podido, amigos, desaparecer
de otro modo. ¿Cómo creer, entonces,
en mis pasajeras decepciones? ¿Cómo
no ver ahí las huellas de una desesperada
vitalidad? Cada uno de mis cuadros
era una advertencia cuya luz, tan precisa
cuando el pincel corría veloz y claro,
se hacía al tiempo gris, densas tinieblas
de mis imitaciones transparentes, surgiendo
del fondo de la tela. Y ella, cansada
de mis preguntas, preparaba en silencio
sus enormes bastidores. ¿Estuve cerca
o nadie más que yo experimentaba
el engaño? ¿Qué decidió el momento
y el lugar de mi nacimiento, del destello
fatuo, apagándose antes de mi muerte?
¿No son pocos mis días? Amigos, ¿no son
un parpadeo del cielo, un guiño cómplice
que casi sorprendí? Ustedes me dicen
que soy bastante bueno, pero entonces,
¿por qué alguien puso en mi cerebro opaco
una chispa extinguida, una imagen vacía
o una pintura blanca que se quema
en la vanguardia del olvido? Si ya no hago
sino decorar salas, si repito, si miento,
¿dónde, pues, estará ahora mi esperanza?
2
Maldice el día en que se desplazó
Hace casi diez años, estuve, amigos,
con una hermosa chica. Meses
había pasado mirándola, en secreto;
luminoso secreto: ella lo supo.
Mis labios lo decían, mis palabras
rebotaban alegremente en las paredes
pálidas del barrio. Pero yo,
triste, esperé hasta que un gesto
mudo la puso ante mí. Entonces,
durante unas semanas, cometía
los más impropios silencios, roces
de mi cuerpo cristalinamente torpe.
Hasta que un día me fui de una vez
y para siempre. Cuánto tiempo
tardó su ausencia en golpearme.
Y cuán inesperado sería el golpe.
Nadie puede asestarlo, si bien yo
lo esperaba en silencio. Un año
después de mi separación imprevisible,
la noche daba sombras a mi memoria
incierta, cuando vi, tumultuosos,
a una banda de tipos corriendo
hacia mí, pero mi cuerpo, inmóvil,
no se apartó. Fui golpeado. La sangre
se deslizaba por mi cara. Luego, solo,
traté de caminar y tomé un taxi.
¿Qué me impedía pronunciar ni siquiera
una sola frase de dolor? ¿Por qué
es más grave mi llaga que mi gemido?
didascalia
Su voz maniática colaboraba,
desde el asiento trasero, en diagonal
a la melancolía del conductor,
con trazos más vívidos, calmando
la expectativa del inicio, incierto, pero,
también acentuando el fondo oscuro
adonde se destaca la juvenil belleza
de su pérdida. Tras sardónica mueca
de nervios excitados, aunque sin el más mínimo
resentimiento, se despega el recuerdo
de su rostro, inquieto, como una lámina
de escena impresionista con muchacha
de espaldas. Él mira, no su expresión,
sino la del pintor que maneja y escucha.
Maldice la condena de sus ignorantes días
Hubiera yo expirado, amigos,
feliz en ese instante de gratuito
escarnio, y ningún ojo, nadie
habría dado una lágrima por mí.
Desde entonces, vivo en el temor
insano de volver a verla, su pelo
castaño brilla en cada chica
que me ofrece su espalda, paro
de caminar y pienso: ¿cómo
podría hablarle? ¿Cómo explicar
mi ausencia? Las frases se disponen
una por una, pero sé que no es ella,
y aun cuando lo fuera, en el silencio
está mi casa, en la oscuridad,
mi habitación. Quisiera ser distante,
recordarle, sonriente, nuestros errores:
que yo olvidaba la forma de su puerta
y, en exceso de amor, llegaba tarde.
Amigos, hubiera yo fallecido,
o fallado, antes de saber
que nunca en un oído mis palabras
se volverían mansas. Debería, entonces,
cuando los golpes me hacían insensible,
mis labios deformados, mi rodilla
hinchada y tumescente, debería
haber sido sacrificado al llanto,
breve y sin causa, más bien
con su propia razón, ya no por mí,
sería vano creerlo, de una hermosa
chica perdida: para mí, una marca
de la vasta desolación que me esperaba.
3
Maldice el día en que fue quebrantado
Les digo que mi voz se alzó entonces
de un dolor del camino y visitó
la noche, entre sombras. La suya,
que apenas empezaba a conocer, la vida
es un conocimiento insuficiente y breve.
Mi amor por ella, ausente, tan extenso
como un mapa del todo. ¿Cómo, si años
no bastan para saber en qué pensaba
cuando se distraía, la vista fija
en un lugar minúsculo, cómo, díganme,
resignarse a la muerte? Ya no debo
dejar que de mis labios broten sombras
de muerte. Están posadas, viven
esos microfantasmas en su cama,
antes mía, o en el brillo nocturno
de su espejo en mi insomnio. ¿Para qué
hablar ahora? Si muriéramos todos,
viajaríamos alegres, nada perdido, nada
que perder. Perdonen que les diga
algo que nadie puede oír. Ni yo, disculpen.
No tengo lágrimas con que amenguar
la rigidez de mis palabras. ¿Quién era
ella? ¿De qué hablábamos siempre,
de qué irrecuperable frase me perdí al callar
definitivamente? ¿Por qué de sus palabras
nada queda? La cápsula vacía flota
por nuestra casa y creo, todavía,
saber cuándo se acerca. Y después,
apagaré todas las luces y esperando
haré mi cama en las tinieblas.
didascalia
Junto al solitario, el viudo, ¿no es
acaso un solitario atravesado
por la falta de culpa? Cuántas veces
vio en su falta un presagio
del fulgor del destino. Ahora mira,
más allá de la nuca del pintor, blancas
líneas de puntos, volviéndose inflexiones
de su remoto pasado, continuamente
cortado por el hueco, absorbente vacío,
tanto que su nombre se hace sombra
de muerte, su cuerpo, una tumba
de la ausente: no hay separación
para quien vive, sino deslizamiento.
Maldice las sugerencias de reemplazo
Muchas veces, amigos, me repito
que ella se fue, y partiendo
sin mí, quedó conmigo. Sin embargo,
su movimiento me dejó sin mundo.
¿Para qué mundo?, me dije, luego
de diez años de espera, lento olvido
que no viniste. Sé que nadie nunca
se levanta del sepulcro. ¿Por qué
busco, entonces, su cara en cada uno
de mis fúnebres sueños? Cuando se desvanece,
licuada, la tiniebla espesa, también ella
se va. Duermo mientras camino, salgo
a trabajar, hasta que al fin la noche
nos restituya. Pero, ¿es una ficción, una
"forma de decir"? ¿Es su recuerdo algo
presente o un efecto grabado
en mi cuerpo que tomó, a su muerte,
su indeleble dibujo? No sé, amigos, porqué
una intensa indignación me invade
cuando me dicen que me case o que busque
otra mujer desconocida. ¿Cómo desear
esa perversa máscara, fingir allí
donde se olvida el propio cuerpo? ¿Cómo
buscar, en otra, una, borrar
la irrepetible valía de la única vez
que ella vivió? Si fue conmigo, entonces
no puedo más que oír sus tenues pasos
en el vacío de una casa dedicada
a su partida, inconclusa. Amigos,
podré olvidar su agonía, su inconciente
coma ante el horror hospitalario
que me acogió, pero su risa y su pereza
matinales, el calor de su cuerpo recién
despertado, las noches de lecturas escuchadas
de mi boca, si no las puedo ya nombrar,
no caben en número, cómo podría
despegarlas, cápsulas de cristal abiertas
como ventosas sobre mi espalda
para siempre, hasta la última costumbre.
4

jueves, 15 de enero de 2009
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1 comentarios:
Hola , me alegro mucho que te halla servido lo de la película de crepúsculo :D
Bueno te escribo este comentario no por eso , si no porque me gustó lo que escribistes :)
Saludos
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